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Cantárida

De Ateneo de Córdoba
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La cantárida o mosca de España (Lytta vesicatoria) es un insecto coleóptero de la familia Meloidae usado en medicina hasta principios del siglo XX como vesicante. También se denominaba “cantárida” al producto resultante de la desecación del insecto y a la llaga que producía en la piel de los enfermos tratados con ella.

El insecto es de color verde esmeralda metalizado, su tamaño de 12 a 22 mm de largo y de 5 a 8 mm de ancho. Se encuentra en ecosistemas cálidos y subtropicales. En Europa, bien extendida en sus regiones meridionales, también era conocida como “mosca de España”. En América existen más de 250 especies de la misma familia. Vive sobre las plantas de las familias Caprifoliaceae y Oleaceae: olivos, saúcos, fresnos, álamos, etc.

El extracto de cantárida se presentaba en polvo (obtenido mediante desecación y triturado), tintura o aceite y emplasto. Aunque sus efectos eran conocidos desde la antigüedad (el uso médico de este escarabajo parte de algunas descripciones que realizara Hipócrates), el principio activo de la cantárida, la cantaridina (C10 H12 O4, de la que contiene un 1 por ciento aproximadamente), fue descubierto a principios del siglo XIX. En medicina se usaba principalmente por su poder vesicante para el tratamiento de ulceraciones de la piel, aplicando emplastos que supuestamente ayudaban a eliminar sus líquidos perniciosos. También se ha tratado con ella la alopecia y, por vía oral, se ha prescrito como diurético y contra la incontinencia urinaria.

Aparte de los efectos vesicantes sobre la piel, tomada por vía oral afecta la mucosa gastrointestinal donde produce epigastralgia, náuseas, vómito y diarrea, y en el urotelio desde el riñón hasta la vejiga donde produce irritación intensa incluso hasta la retención urinaria y sangrado (hematuria). En pequeñas dosis únicamente producirían molestias urinarias acompañadas de priapismo. Este efecto secundario, la erección espontánea del pene, convirtió a la cantárida en el afrodisíaco de referencia hasta el siglo XVII cuando cayó en desuso dado el número de envenenamientos, con consecuencias mortales, que produjeron tales prácticas. Sólo a mediados del siglo XVIII volvería a estar de moda, cuando en Francia se la conoció como los caramelos Richelieu: “pastilles Richelieu”. También fue usada como abortivo, como estimulante (ya que otro de sus efectos es el de producir insomnio y una cierta agitación nerviosa), y directamente como veneno; en polvo, mezclada con la comida, puede pasar desapercibida.

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Para determinar si una muerte se había producido por los efectos de la cantárida se recurría a una prueba de vesicación. En concreto, una de esas pruebas consistía en frotar parte de las vísceras del fallecido, disueltas en aceite, sobre la piel afeitada de un conejo; la absorción de la cantaridina y su acción vesicante son tales que sus efectos se apreciaban en la piel del conejo.

El polvo de cantárida es de color marrón amarillento tirando a marrón aceituna con reflejos iridiscentes, de olor desagradable y sabor amargo, en contacto con la lengua puede apreciarse su acción vesicante.

Para su tratamiento se prescribían vomitivos y purgantes, pero nunca oleosos, dado la solubilidad de la cantaridina en el aceite. Por el contrario, la cantaridina es prácticamente insoluble en el agua. Una parte de cantaridina se disuelve en 30.000 ó 15.000 (fría/hirviendo) partes de agua.

La literatura moderna, de la mano de Gabriel García Márquez, nos ha dejado una referencia muy descriptiva de la aplicación de la cantárida y sus consecuencias. En su libro “El general y su laberinto” describe los últimos momentos de Simón Bolívar; un fragmento es el siguiente:

Temiendo una congestión cerebral, lo sometió a un tratamiento de vejigatorios para evacuar el catarro acumulado en la cabeza. Este tratamiento consistía en un parche de cantárida, un insecto cáustico que al ser molido y aplicado sobre la piel producía vejigas capaces de absorber los medicamentos. El doctor Révérend le aplicó al general moribundo cinco vejigatorios en la nuca y uno en la pantorrilla. Un siglo y medio después, numerosos médicos seguían pensando que la causa inmediata de la muerte habían sido estos parches abrasivos, que provocaron un desorden urinario con micciones involuntarias, y luego dolorosas y por último ensangrentadas, hasta dejar la vejiga seca y pegada a la pelvis, como el doctor Révérend lo comprobó en la autopsia. (Gabriel García Márquez, El general en su laberinto. Ed. Oveja Negra, Bogotá: 1989).
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Otra obra en la que se cita la cantárida o mosca española es Violación de Chester Himes. Relato situado en el París de los años cincuenta del siglo XX en el que cuatro hombres de raza afroamericana son acusados y condenados a cadena perpetua por violar y asesinar a una mujer americana de clase alta y que había sido amante de uno de los acusados y condenados. La mujer, se sabe desde el principio del relato, ha muerto por la ingesta abusiva de cantárida.

La autopsia reveló que la Sra. Hancock había tenido contactos sexuales en cuatro ocasiones al menos durante las doce horas que precedieron a su muerte. Fue imposible determinar si aquellos contactos sexuales habían sido con la misma persona o con personas diferentes. El análisis de sangre y las muestras tomadas de los órganos vitales mostraron una dosis mortal de polvo de cantárida, poderoso afrodisíaco conocido por el nombre de «mosca española». El afrodisíaco había sido administrado por vía oral. La autopsia no permitió establecer si el afrodisíaco había sido administrado a la fuerza o ingerido voluntariamente. Igualmente fue imposible establecer si había sido absorbido antes o después de los contactos sexuales. (Chester Himes, A Case Of Rape. Traducción: Lourdes Pérez González, Ediciones Júcar, Barcelona, 1986).
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