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Invasión musulmana de la Península Ibérica
Se conoce como Invasión musulmana el proceso que abarca las operaciones militares que durante el siglo VIII condujeron al dominio musulmán de la mayor parte de la península Ibérica y a la formación de al-Ándalus.
Contenido
El origen de la conquista de la península
La conquista del reino visigodo por los árabes fue un proceso relativamente rápido, ya que en solo quince años se llegó a ocupar todo el actual territorio de España y Portugal; desde el año 711 al 725, si bien lo que era el territorio peninsular del reino estaba completamente ocupado en el 720, tras diez años del inicio de la conquista. Dicha conquista, además de larga, requirió de constantes refuerzos militares, y de pactos con núcleos resistentes.
Aunque el proceso en total ocupó todo ese tiempo, la cronología no es exacta en cuanto a los años y las fechas, sino sólo aproximada, pues las fuentes difieren entre sí, y los historiadores no se ponen de acuerdo. Hemos optado por una datación que siempre puede retrasarse en un año según qué historiador tomemos.
Además de estos años de conquista, hay que sumar los años anteriores que los árabes llevaban diseñándola, reconociendo el terreno, y preparando, al parecer, futuras alianzas.
Un repaso a la historia de las primeras conquistas árabes, nos hace ver que sólo la conquista del actual Magreb fue más costosa (treinta años), pues en otros puntos la acción de los conquistadores árabes fue más rápida que en la península: seis años para dominar toda la península arábiga (628 al 634); cuatro años Siria (634 al 638); cinco años Egipto (638 al 643); un año Tripolitania y Cirenaica, hoy Libia (644); seis Mesopotamia (636 a 642) y ocho años Persia (642 al 650).
Lo largo de este proceso de conquista del reino visigodo se debe a varios motivos: lo escaso de las fuerzas musulmanas que nos invadieron, las constantes luchas y levantamientos de sus aliados entre los visigodos, la orografía del territorio y la fuerte base de asentamiento social del anterior reino visigodo.
Sin embargo, la gran centralización política del reino, la inseguridad causada por bandas de esclavos fugitivos, el empobrecimiento de la hacienda real (especialmente durante el reinado de Witiza) y la pérdida de poder del rey frente a los nobles, fueron elementos que facilitaron la acción de los conquistadores.
Pero el factor quizás más importante fue la grave crisis demográfica del reino, que en los últimos veinticinco años había perdido más de un tercio de su población. Esto fue debido a las epidemias de peste y los años de sequía y hambre de finales del siglo VII, especialmente durante el reinado de Ervigio; y que se repitieron también con gran dureza bajo el de Witiza, el antecesor de Rodrigo.
Además, existía una fractura política importante entre dos grandes clanes político-familiares godos en su lucha por el trono, y que llevaba varios decenios dividiendo políticamente el reino y generando constantes problemas. De una parte estaba el clan gentilicio de Wamba-Égica, al que perteneció o al que estaba vinculado Witiza, y de otra el clan de Chindasvinto-Recesvinto, al que pertenecía Rodrigo, sucesor de Witiza. Esta situación dividió al estamento aristocrático-militar en dos facciones cada vez más irreconciliables; hasta el punto de considerar alguna historiografía a los witizanos como instigadores e incluso aliados, explícitos u oportunistas, de los invasores.
Los conquistadores árabes también contaron con el apoyo de parte de la población judía, muy numerosa en la Bética, en la Galia Narbonense, y en toda la cuenca mediterránea. Estaba presente principalmente en los centros urbanos, destacando, entre otras, las comunidades de Narbona, Tarragona, Sagunto, Elche, Lucena, Elvira, Córdoba, Mérida, Zaragoza, Sevilla y de la capital, Toledo.
La ayuda que los judíos prestaron a los conquistadores se debió a que aquellos, en su mayoría conversos forzados pero fingidos, eran reiteradamente hostigados por la legislación visigoda (con algunas excepciones, como bajo los reyes Witerico y Suínthila, y contra el criterio de obispos como Isidoro de Sevilla, que los defendía). Y sabían, por lo que había ocurrido en el norte de África, que mejoraría su situación al recibir de los gobernantes árabes el mismo estatus que la población cristiana.
Hay que tener en cuenta que la mayoría de los judíos habían sido esclavizados bajo el reinado de Égica (excepto los de la Narbonense, con la excusa de que la provincia aún no se había repuesto de la última epidemia de peste), bajo la acusación de que complotaban contra el rey con los árabes del norte de África. Estos, como luego relataremos, ya habían realizado algunas incursiones en la península, por lo que suscitaba miedo una posible colaboración con ellos para una futura invasión.
Esta idea partía de los informes de los cristianos del norte de África que habían huido de aquella zona, y que informaron del apoyo dado a los invasores árabes por parte de los judíos de allá; lo cual era lógico dado que su situación allí era también de acoso por el poder bizantino.
Pero además de los judíos étnicamente puros de la diáspora, en el norte de Africa había bereberes que profesaban el judaísmo por proselitismo y mestizaje, muchos de los cuales dieron apoyo a los árabes en su conquista, y se unieron a ellos (como muchos bereberes cristianos) por lazos de clientela.
Verdad o pretexto, esta acusación de traición fue la utilizada contra ellos.
Finalmente, las divisiones dinásticas internas entre los nobles visigodos sobre la sucesión de Witiza facilitaron aún más el desarrollo de la conquista.
Una última precisión, previa al relato de los acontecimientos, es que el reino visigodo tan solo cubría el territorio peninsular y la Septimania en el sur de Francia. Baleares estaba bajo soberanía bizantina, y quedó excluida del proceso árabe de conquista. Siguieron bajo control bizantino algunos años más, para pasar después a depender, al menos nominalmente, del reino franco (798), por propia petición, para que les defendiera de los ataques árabes. Estos ataques continuaron y hubo varios tratados de paz, poco respetados, y cierta sumisión política, hasta la conquista por el Emirato de Córdoba entre los años 902 (Ibiza y Mallorca) y 903 (Menorca).
De acuerdo con las fuentes conservadas, la invasión de la península habría tenido lugar el año 711, una vez concluida la conquista militar musulmana de la mayor parte del norte de África, aprovechando de ella la arabización de los bereberes, a los que se acaba enrolando en el ejército para la próxima conquista, la península.
En aquel momento en el reino visigodo Roderic (conocido más tarde como Don Rodrigo) estaba luchando contra el hijo del antiguo rey Witiza, Agila II, y por tanto, el legítimo heredero. Rodrigo sería posiblemente en estos momentos un dux de la Bética mientras que Agila, asociado al trono, sería el dux de la Tarraconense.
Como precedentes de la conquista militar, política y social encontramos las acciones de Tarif Abu Zara, básicamente de saqueo, si bien la veracidad de este hecho, así como muchos otros de la conquista musulmana, es discutida por muchos historiadores. Según una leyenda muy improbable, Don Julián, gobernador bizantino de Ceuta, cuya hija, la Caba, había sido violada por Rodrigo, habría proporcionado ayuda logística al ejército musulmán. Sí es más probable la colaboración de Julián con Tariq, general bereber, para proporcionarle la información necesaria sobre la situación política en la península y ofrecerle medios a cambio de no ser presionado militarmente.
En la primavera de 711 una expedición formada por unos 9.000 hombres y mandada por Táriq ibn Ziyad, gobernador de Tánger, entró en la península sin el conocimiento de Musa ibn Nusair, el gobernador árabe en Ifriqiyya, Túnez. Esta expedición superaría el estrecho el 27 de abril de 711 y conquistaría Algeciras, donde Tariq aumentó el número de hombres y desde donde se enfrentó a Don Rodrigo el 19 de julio de 711, en la batalla de Guadalete, llamada así porque tradicionalmente se localizó junto al río Guadalete, aunque los últimos estudios la sitúan a orillas del río Guadarranque. Un año más tarde, y en saber la noticia, Musa cruzaría el estrecho para las conquistas bereberes al dominio del Imperio Árabe.
El desarrollo de la conquista
En el año 711 caía la ciudad de Córdoba, mientras que la zona del Estrecho, la comarca de Córdoba, y la ruta hasta Toledo, con las retaguardias de Sevilla y Mérida, de donde podía proceder el peligro.
No obstante los hechos se desarrollaron mejor de lo que Musa podía esperar. Las ciudades de Medina-Sidonia, Carmona y Sevilla les recibieron casi sin lucha, se dice porque los partidarios de Rodrigo habían huido y predominaban los de Witiza o cuando menos los neutrales, pero probablemente fueron grupos hispano-romanos descontentos con el gobierno visigodo, quienes los recibían como a un pueblo civilizado y en cierto modo como una manera de cambiar el gobierno. Los partidarios de Rodrigo se concentraron en Mérida. Musa sitió la ciudad que resistió a los embates enemigos. Dieciséis meses necesitó para tomar la ciudad (capituló el 30 de junio del 713). A la vez fueron tomados otros territorios, especialmente en el sudeste, como el Reino de Tudmir (Murcia, Alicante y otras comarcas de Andalucía y Albacete) gobernada por el duque visigodo Teodomiro, en este caso por el hijo de Musa, Abd-al-Aziz.
En este momento los musulmanes dominaban la Bética, una parte de Lusitania, parte de la Cartaginense y la Tarraconense Occidental. Es probable que durante el sitio de Mérida, Musa concertase acuerdos con los nobles godos de las ciudades, a los que garantizaba su mantenimiento en el poder, sus bienes y su religión, a cambio de que reconocieran la soberanía del Califa. Los magnates godos que firmaron los tratados se obligaban a ser fieles y sinceros con el wali de Hispania (éste era el título que se arrogaba Musa), a no conspirar con sus enemigos, a pagar un tributo anual por cada uno de sus súbditos cristianos; a cambio les serían respetados sus dominios y la libertad de sus súbditos, los cuales no podrían ser violentados en su religión, ni quemadas sus iglesias. Estos acuerdos se extendieron también a los magnates que, aun sin el título de conde, gobernaban de hecho sobre extensos territorios en los que no había ninguna ciudad importante, y a algunos duques, a todos los cuales debieron entregarse las propiedades de los magnates partidarios de Rodrigo. Una parte de las tierras reales visigodas, que eran muy extensas, serían entregadas a los participantes en las expediciones (los que ya estaban en Hispania y los que llegaran en el futuro), excepto una quinta parte que quedaría para el Califa.
Musa no estableció ninguna modificación en los impuestos, los cuales seguirían recaudándose en igual forma que hasta entonces, pero su importe pasaría a poder del wali árabe de Hispania, el cual remitiría un quinto de su importe al Califa. Las convenciones mejoraban la posición de la nobleza, que además de mantener sus posesiones en seguridad lograrían sin duda evitar algunos impuestos. Se cree que a los humildes se les rebajaron los impuestos, lo que provocó una mejora de su situación y la legislación anti-judía desapareció.
Una vez asegurada la capitulación de Mérida, Musa se encontró con Tariq en Talavera, junto al cual seguiría avanzando hacia el norte. En la primavera del 714 avanzaron hacia Zaragoza, desde donde Tariq se dirigió a Soria y Palencia, para penetrar en Asturias, donde alcanzó el mar Cantábrico en Gijón. Por su parte, Musa ocupaba Logroño, León y Astorga, fijando provisionalmente los límites de la conquista en el valle del Ebro. En verano de 714 fueron llamados por el Califa de Damasco, mientras que el hijo de Musa, Abd-al-Aziz, permaneció en Sevilla, primera capital de al-Ándalus, como wali. Bajo su mandato se completó la conquista de la zona oriental y se consolidaron las posesiones de Évora, Santarém y Coímbra.
La conclusión de la expansión musulmana
En 717, Abd al-Aziz ibn Musa era asesinado violentamente, abriéndose así un periodo de graves turbulencias en al-Ándalus que se extendería durante cuarenta años. Ese mismo año la capital se instaló en Córdoba y entre ese año y el 719 capitularon Pamplona, Huesca y Barcelona, lo que obligó a los hispanogodos resistentes a refugiarse en las montañas del Cantábrico o el Pirineo o emigrar a la zona de Narbona. Aunque Narbona cayó en el año 720, los musulmanes no lograron penetrar en el reino franco merovingio por Aquitania, Provenza, Borgoña o Gascuña, y a pesar de que prosiguieron las expediciones musulmanas, estas fueron definitivamente paralizadas en el 732 en Vouillé (Francia) en la Batalla de Poitiers.
La constante conflictividad interna de al-Ándalus propició asimismo la consolidación de un movimiento insurreccional en la costa del Cantábrico, surgido de la victoria en la batalla de Covadonga el 718, por parte de Don Pelayo, sobre el cual se edificaría paulatinamente durante la primera mitad del siglo el reino de Asturias, al que seguirían más tarde la formación de otros núcleos en la zona oriental.
El debate historiográfico
Alrededor de la invasión musulmana existe un cierto debate historiográfico, en el que se han confrontado diversas lecturas del proceso. Éste deriva de las inconsistencias generadas por información procedente las principales fuentes disponibles, entre las cuales tenemos:
- El tratado de Teodomiro, que habría sido redactado el 5 de abril del 713, pero del que sólo queda una copia inserta en "Para satisfacer el deseo de aquel que realiza investigaciones acerca de la historia de los hombres del Andaluz" de Adh-Dhabbi, muerto en 1203.
- La Crónica Bizantino-Arábiga (743-744) redactada por un autor anónimo aunque probablemente mozárabe pocas décadas después de la invasión musulmana.
- Crónica de Alfonso III (883)
- Una crónica latina anónima, conocida antigua y erróneamente como Crónica de Isidoro Pacense o Crónica Mozárabe y a la que Edward Arthur Thompson denomina Crónica del 754 por terminar su narración en el año 754. Mientras algunos historiadores la datan en ese año, otro la retrasan hasta finales del IX o principios del X. En cualquier caso, y, en palabras de E .A. Thompson en su fundamental "Los godos en España" (1969), "por muy poco digna de fiar que su parte narrativa sea, no puede ser ignorada".
- Crónica Albeldense o emilianense (976) de Vigila, cuya primera parte habría sido redactada por Dulcidius en el siglo IX.
- Crónica del Moro Rasis, es decir, de Ahmad ibn Muhammad al-Razi.
- Crónica de Ibn al-Qutiyya (finales del siglo X o principios del XI).
- Ajbar Machmua (hacia 1007).
Las interpretaciones más fieles a estos relatos han sido criticadas por algunos historiadors como Thomas F. Glick, quien en su trabajo «Cristianos y musulmanes en la España Medieval» (1991), ponía en duda gran parte del relato. Por su parte, Ignacio Olagüe en su controvertida «La Revolución islámica en Occidente» (1974) sostiene que la invasión del siglo VIII fue un mito, una tesis revisionista que no se encuentra respaldada por la comunidad académica.