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Sobre "La madre de Kafka" y el cine de Entrenas

De Ateneo de Córdoba
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¿Qué es el cine? La respuesta se antoja una obviedad. Una perogrullada. Todos creemos saber lo que es el cine porque desde niños hemos visto infinidad de películas; algunos más y otros menos, mejores o peores películas. Hay quienes creemos saber lo que es el cine sencillamente porque hemos escrito con alguna profusión en torno a él (y, en ocasiones, hasta se nos ha retribuido por ello). Pero... ¿sabemos realmente lo que es el cine? A fin de cuentas nació hace tan sólo cien años y dos lustros; mucho tiempo para la vida de una persona pero muy poco si lo cotejamos con la edad de la pintura, de la escultura, de la música... o de la poesía... ¿Cuántos años tiene la poesía? Sospecho que Miguel Ángel Entrenas se cuenta entre quienes sostienen –y yo lo suscribiría de buen grado– que la poesía conoció un segundo nacimiento, un renacimiento, con la feliz invención del cinematógrafo. Por lo general tiende a pensarse que el cine –en su relación con la literatura, que tan determinante resultó en los comienzos–, está más entroncado con la prosa que con la lírica, pero Entrenas arguye lo contrario (a pesar de que convendrá con nosotros que la mayoría del cine que se estrena en la actualidad es marcadamente prosaico). Sus películas, como las de otros autores escogidos, tienen desde luego más que ver con la poesía, y la forma de sucederse las imágenes evoca la cadencia de un poema, el modo en que los versos se suceden unos a otros.

La huella de cineastas insignes como Buñuel o, por citar un nombre más reciente en el tiempo, David Lynch, es notoria en el cine de Entrenas. Sin embargo, sería absurdo entrar en comparaciones porque estos directores, a pesar de su marcada personalidad y su irrefutable condición de autores, se mueven salvo excepciones puntuales en parámetros bien distintos, los del cine comercial. Este, el de Entrenas, es el verdadero cine independiente; un cine que asume sin complejos su limitación de medios. No hay miedo. Hay un conocimiento del entorno en el que se gesta la obra, y ese entorno –para lo bueno y lo malo– no tiene nada que ver con el del cine entendido como industria, como negocio. Los costes son más que bajos irrisorios, y el espectador debe ser consciente de ello; pero justamente por lo mismo Entrenas puede hacer aquello que otros no hacen. Puede indagar en el lenguaje íntimo del cine, en la relación de éste con las restantes artes. Y, lo que es más importante, invita al espectador a indagar con él, a adentrarse como un furtivo en los entresijos de la creación. Se trata de abrir caminos nuevos, de trazar sendas inexploradas. La obra artística, así entendida, se enriquece con la aportación necesaria de cada espectador.

Mientras otros directores intentan camuflar la penuria de medios como buenamente pueden, Entrenas desdeña esta circunstancia incluso cuando lo que afronta, como en este caso, es una película de época. Elección que encuentro plausible pues hace de la necesidad virtud. Para él lo primordial no es remedar una estética determinada, transmitir una sensación de verosimilitud a partir del atrezzo, del aparato escénico, de elementos como el decorado o el vestuario. Lo que le interesa realmente es la historia, esto es, los personajes; y concentra en ellos toda su atención. Para trasladarnos lo que son y sienten planifica con mimo los dos pilares sobre los que se edifica cualquier película: el primero, la elección del lugar en el que se ubica la cámara, el encuadre; el segundo y no menos importante, el montaje. La duración de los planos, el ritmo interno de éstos. No es necesario pues para acercarse a la figura de Kafka rodar en Praga con abundancia de medios, como hizo en su día Steven Soderbergh en un largometraje interpretado por el afamado Jeremy Irons. Lo importante, lo verdaderamente esencial es entender a Kafka. Y Entrenas lo demuestra.

Kafka. Es claro que hay un antes y un después en la literatura universal tras su irrupción en ella. Ningún otro escritor del siglo aún caliente ha tenido tal grado de influencia. Vivimos, decimos a menudo, en un mundo kafkiano. Desde luego numerosos de nuestros políticos son acérrimos partidarios, o al menos es lo que se desprende de sus actuaciones públicas. Kakfa y Maquiavelo parecen ser sus autores de cabecera, aunque no estoy muy seguro de que esas lecturas hayan sido correctamente asimiladas. Pero, a pesar de la infinidad de estudios y ensayos, la obra de Franz Kafka se aparece todavía hoy ante nosotros como un misterio insondable. ¿Quién es Kafka? Nadie lo sabe aún con certeza. Sabemos, al menos eso reza la leyenda, que su madre reunía a los cuatro hijos en el desayuno y les invitaba a recordar sus sueños. El mundo onírico, tan querido por Entrenas. Era pues inevitable que, tarde o temprano, Miguel Angel Entrenas recalara en Kafka. Confluyera en él.

La madre de Kafka es una pequeña joya; y lo de pequeña lo escribo tan sólo por la duración. Apenas diez minutos y medio, pero diez minutos y medio en los que se contiene todo un mundo, un universo de sugerencias, de presentimientos, de evocaciones. El espectador proyecta la película en su propia mente y, de algún modo, vuelve a rodarla a la luz de sus recuerdos, de sus experiencias, de los lugares que ha conocido... de los sueños que ha tenido. ¿Dónde está Kafka en la película? Porque de un modo enigmático y hasta esotérico está ahí. Desde luego se encuentra en la interpretación ajustada de Manuel Ángel Jiménez, pero hablo del verdadero Kafka. Porque uno tiene la sensación de que está realmente ahí, oculto en algún recoveco de las imágenes o de los sonidos. Su espíritu flota sobre la película como una presencia inmanente. En algún momento pensé que era él quien ejecutaba la música –que no es por cierto un mero fondo ornamental sino un personaje esencial en la trama– de no ser porque conozco el nombre y la valía de sus intérpretes, el pianista Andrés Manchado y el violinista Francisco Montalvo.

Si hablamos de intérpretes, resulta obligado hacer mención del trabajo de los actores. La actriz Berta Lid, con su presencia, eleva esta película a un estadio superior. Como se decía de las estrellas de antaño, traspasa la pantalla y resulta todo un privilegio apreciar su dicción, el modo en que declama el magnífico texto de su personaje; lo convierte en memorable. En cuanto a Manuel Ángel Jiménez, su labor, si bien en primera instancia no resulta tan refulgente como la de su compañera de reparto, me parece al tiempo tremendamente sutil. Aquí habría que hacer una analogía con lo antes dicho a propósito de la puesta en escena de Entrenas. La interpretación de Manuel Ángel Jiménez no pretende retratar o reconstruir la imagen que todos tenemos a través de las fotografías y otros documentos gráficos del autor de La metamorfosis, como se haría en el consabido biopic americano. Lo que pretende con su interpretación no es recoger el aspecto externo del personaje, sino evocarnos el interior de éste, el sustrato de su personalidad tal y como ésta puede extraerse o deducirse a partir de la lectura de sus obras. Y esto lo transmite muy bien mediante esas miradas huidizas y ese desvalimiento en el tono de voz. Incluso hay algún matiz que denota el esmero con que se ha abordado esta película en esa discreta tos, que evoca sin subrayarlo en exceso la tuberculosis del protagonista.

Uno de los mayores logros de Entrenas en esta pieza de cámara es la construcción de una atmósfera turbadora, vívida, a partir de elementos mínimos, muy contados, y a la sazón en un plazo de tiempo exiguo, pues parece evidente que conjurar un determinado clima resulta más fácil, aun siendo meritorio, dentro de los márgenes de un largometraje, en el que se puede dar cabida a un mayor número de incidencias tendentes a tal fin.

En cualquier caso, y aunque el principal acierto del filme es su invitación a profundizar en la vida y obra de Kafka, la situación que muestra y los sentimientos que esboza son universales. En síntesis, se trata de una conversación –real o filtrada por la memoria– entre una madre y un hijo. Puede verse con independencia del matiz histórico o la celebridad de sus personajes. De hecho, subyace quizá en la escueta trama una parábola sobre la familia; alienta una reflexión acerca del modo en que ésta coarta al individuo y le encauza de modo determinante en una u otra dirección, aunque sea, por lo común, desde un sano propósito. Como sucede con todas las películas de Entrenas, es éste un filme que no agota sus lecturas sino que, bien al contrario, invita a la reflexión y a la conversación sobre el mismo.
Javier Ortega Posadillo
Crítico de cine